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Marie

LA CONSTRUCCIÓN DE IDENTIDAD DE LAS COMUNIDADES ALEMANAS DEL VOLGA

SUS RECORRIDOS EN LA BÚSQUEDA DE UN LUGAR PARA HABITAR EN PAZ

LENGUA -TIERRA - LABOR - FERTILIDAD - SUSTENTO - ESPÍRITU - AGUAS


Ensayo


En la identidad de las genealogías de Alemanes del Volga coexiste una sorprendente síntesis de las vivencias de sus desplazamientos migratorios que terminaron por confluir, en gran parte, a diversos países americanos entre fines del Siglo XIX y principios del Siglo XX, guardando como continuidad sus costumbres de procedencia y fusionando otras.


En Argentina se los llamó los “gringos”, “rusos blancos” o “rubios”, e incluso “vagabundos” dadas sus amplias itinerancias, extendiendo también a los judíos a veces en estas denominaciones. Sus nombres y apellidos pudieron ser modificados, inscribiéndolos a su llegada simplemente tal como se los escuchaba. Las fechas de nacimiento, no siempre reflejaron precisión porque no se los había registrado oportunamente, o las olvidaron.


Originariamente nacidos por sinnúmero de generaciones en Alemania, tuvieron que emigrar en instancias decisivas de inflexión.


Se los diferenció entre los alemanes nativos, y los étnicos, aquellos que, aun naciendo en otros estados, como fue la situación de la descendencia de los emigrados a Rusia, conservaron sus tradiciones y el idioma; lo cual fue promovido por una gran organizadora del mayor éxodo masivo, mediante proclamas y reclutadores. Un edicto imperial les prometía en forma perpetua practicar libremente su religión y autogestionarse en sus agrupamientos, siendo étnica y jurídicamente alemanes, aunque vivieran en las estepas rusas, condiciones que finalmente solo durarían un siglo.


En 1762 se había abolido el servicio militar obligatorio de siete años activos y otros nueve de tareas en reservas, en Rusia. A los alemanes se les invitó a instalarse en su territorio y se les prometió su exención. Aunque la recluta se transformó en fuerza de trabajo en la ruralidad.


En ese lapso perdieron trato con su país de origen, cuyas autoridades no estaban de acuerdo con que sus habitantes se hubieran ido. Algunos partieron en carros tirados por caballos, amontonados. Hubo también una mano secreta de ingleses quienes ayudaron a su partida en barcos.


Buscaban escapar de la desgracia de la Guerra de los siete años (1756-1763) y de otro litigio más prolongado anterior, que los había dejado en la pobreza extrema, con escasez de tierra, a la merced de un servicio militar de larga duración en Alemania, de la persecución religiosa, y altos impuestos.


A fines del siglo XVIII y comienzos del siguiente, vivenciaron la disyuntiva de partir como legionarios a lugares donde se llevaban a cabo guerras independentistas como ocurría en América del Norte, o emigrar a Rusia lo que se produjo en dos oleadas.


El río Volga resultaba tentador, cual tierra prometida, por la fertilidad de los terrenos, las extensas praderas inmediatas para la cría de animales, y la exuberancia de sus aves y peces. Así se establecieron dos tipos de comunidades, las dependientes de la corona a la derecha del río junto a un farallón, largo y corroído por las aguas, con aldeas colgando de las pendientes; y las privadas a la izquierda, con llanuras ininterrumpidas, y costas de arena.


Ese río tiene un significado simbólico en la cultura rusa y a menudo se lo conoce como Volga Matushka (Madre Volga) en la literatura y folclore rusos. Constituye un mito y la línea de vida natural de Rusia


Dijo Nietzsche: “El alma alemana oculta pasillos y más pasillos que se intercomunican cavernas, escondrijos y mazmorras; su desorden tiene mucho de los fascinante y de los misterios, el alemán está familiarizado con los ocultos corredores del caos”. Quizá ello sea el motivo de tamaña resiliencia.


Se ha construido un estereotipo del alemán como cumplidor del deber, insensible a las fatigas y dolores, eficiente, ordenado, afirmado en una ética de la labor, acostumbrado al traqueteo de su chata rusa, donde parecían desprender los órganos en el trayecto, según narraron quienes viajaron en ellas. Esa idea de su ser y estar en el mundo parecía orientada a principios religiosos. No es casual que la palabra sacrificio provenga de “sacro oficio”.


La primera corriente migratoria de este colectivo humano aconteció cuando la Emperatriz Catalina II la Grande, alemana, aunque devenida rusa por adopción, avivó la inmigración a los territorios ubicados a ambos lados, al centro y sobre todo al sur del río Volga para que trabajen y modernicen esos terrenos. Conocedora del trabajo alemán, buscaba renovar métodos agrícolas en su país. Fue por 1764.


Se les cedió un territorio para ser habitado y labrado, aunque no como propiedad individual, sino comunitaria, a ser devuelto en caso de irse de Rusia, independientemente de que luego mediante la compra, algunos pudieran hacerse de otros.


Unos pocos de ellos se fusionaron con migrados franceses, de allí que algunos apellidos suenen en la actualidad diferentes.


Luego hubo otra oleada que llegaría a las costas del Mar Negro, Odessa, Crimea y mar de Azov desde 1813, cuando el Zar Alejandro I, nieto de Catalina, fundó unos asentamientos. Estos nuevos grupos tuvieron mejores condiciones de acceso a la tierra. Los de situación económica más favorecida irían rápidamente a E.E.U.U. y Canadá durante el siglo XIX.


Ya en Rusia, cultivaron, centeno y trigo, y se dedicaron a las oleaginosas y al telar. Trabajaron gusanos de seda y produjeron maquinarias. En curtiembres obtenían sus abrigos, tapados de pieles, los tradicionales gorros rusos con o sin orejeras y sus botas.

Si bien la mayoría debió confinarse en la agricultura; los menos, llegaron a trabajar de: farmacéuticos, médicos, abogados, ingenieros, profesores, zapateros, herreros, panaderos y artesanos.


Durante varias generaciones muchos vivieron para trabajar, sin haber conocido el esparcimiento, confiando en que, si llevaban una vida austera, sus hijos gozarían de mejores condiciones y harían valer sus derechos. Algunos lograron enviar a su prole a estudiar a Alemania en Universidades, aunque este país una vez obtenido los títulos les vetó la posibilidad de reunirse en Rusia con sus seres más directos. Salvo contadas excepciones, no se casaban con gente de otros grupos lo que les permitió mantener intacto por vasto tiempo el legado antropológico y cultural de sus ancestros.


La papa llevada de América junto con las harinas oscuras o blancas que producían componían la base de su alimentación.

Con nieve recogida fabricaban heladeras rústicas resguardadas con paja, y albergadas en sótanos para el verano.


La emperatriz los relegó, al igual que los gobiernos siguientes.

En 1864 se intentó la rusificación de los volguenses con la educación unificada en el idioma, la religión protestante, y el cumplimiento del servicio militar. En su tránsito por el Volga habían ido diversificándose en variados dialectos.

Luego de cien años de cuantiosas promesas vulneradas y con el retorno el servicio militar, el empeoramiento de su situación económica en el Volga, y el gobierno argentino, entre otros, fomentando facilidades a los inmigrantes, volvieron a desplazarse como colectivo.


Los que permanecieron en Rusia fueron desterrados sin excepción, o matados con el advenimiento de la revolución bolchevique o las guerras. Sus tierras confiscadas. Sus iglesias destruidas. Y sus viviendas ocupadas. Durante el mandato de Stalin los pocos sobrevivientes emigraron a Alemania, únicos a los que, por la Ley de retorno alemán, pudieron garantizarse la ciudadanía alemana, si probaban ser refugiados o expulsados de origen étnico germano, o un familiar; concesión que se restringió en la década de mil novecientos noventa.


Sin formación militar, ellos, en su mayoría, no participaron de las dos grandes guerras que flagelarían al mundo en la primera mitad del siglo veinte. Algunos los llaman “los alemanes que han sufrido, no los que han hecho sufrir…”


En el SXIX, a partir de 1872, comenzaron a salir desde Odessa (que actualmente es parte de Ucrania), o Samara (hoy Kuibichef) cerca de Moscú, ciudades portuarias destacadas. Navegaron masivamente a Argentina y a otros estados de América, como Brasil, Uruguay y Chile, en mayor medida los católicos. Y a Estados Unidos y Canadá, los evangélicos.  Para ello hicieron un largo cruce con trineos por el río Volga congelado, otra parte en tren, y luego en buques, pasando por dársenas de diversos países, lo que consta en sus pasaportes.


Habían adoptado en sus costumbres ropa rusa por el frío, de aspecto antiguo en su diseño, abrigada, con lana o pieles, y transformado tanto sus dialectos al punto que mucho distaban del alemán original.


Sus retinas acumulaban paisajes en abundancia. En su horizonte proyectaban solo la búsqueda de paz.


Una vez, en Argentina, buscaron proseguir la actividad desarrollada en Europa, la agricultura, siendo empleados o administradores, y en pocas instancias propietarios. Procuraban sólo la cantidad de tierra necesaria para labrar, o no tenían la intención de concentrarlas que caracterizaba a otras comunidades.

En Argentina cantaban por los caminos, y ponían ilimitadas horas a su labor.


La mayoría vino con su familia completa a diferencia de otros grupos de inmigrantes.

Familias casi siempre numerosas, se concentraron principalmente, al inicio, en Chaco, Entre Ríos, Santa Fe, Buenos Aires y La Pampa.

Fundaron las primeras cooperativas de trabajo.


Desarrollaron el bilingüismo con sus hijos para que pudieran comunicarse en cada contexto, y garantizar la vida corriente extrafamiliar.


Trajeron consigo todo su arte culinario. Se destacan:  “Kartoffel und  Klös” (papas con ñoquis o masa de harina de corte irregular, servidas con crema o salteadas en aceite y tostaditas en manteca, entre otras variantes); “Kraut und Brei”(chucrut con puré, acompañado de chorizo  artesanal, salchicha casera o tocino); “Bräten in Offen” (carnes de vaca o pollo y papas asadas al horno de leña, sabrosamente condimentadas);  “Warenik” ( empanaditas rellenas de zapallo, manzanas cortadas en dados, crema, ricota y pasas de uva); “Strudel” en su versión salada, salteado en manteca o aceite con croutons; diversas variantes  de fideos llamados “Nudel”; “Damfnudel” (pasta en esferas grandes al vapor); y distintas sopas como la “Hingell-Supp”, de gallina o “Nudel Supp” de caldo de gallina con fideos caseros.

En repostería sobresalen: diferentes tipos de “Strudel” (masa crocante y tan finita que al extenderla cual papel de calcar dejaría leer hasta una carta de amor), rellena de manzana con azúcar, pasas, y nueces; “Riwwel Kuchen” torta con masa, caramelo hecho con leche y harina de maíz, más crumbles o Riwwel (mezcla de harina, azúcar, manteca o huevo); “Kreppel” (algo similar a la torta frita, aunque a base de leche cuajada), y la torta de los ochenta golpes. En Argentina adoptaron el mate.

Producían orejones de duraznos y ciruelas.


La mayoría vivía en campos o chacras. Con galpones, gallineros, quinta y un sector para el aprovisionamiento de leña. Y el baño, al principio, en el exterior. La economía doméstica predominante era la de subsistencia.


En el trabajo rural usaban las chatas o carros rusos negros, modestos medios de traslado de las que se hicieron inseparables.


Lo de bautizar al séptimo hijo varón con el nombre del presidente provino de una usanza rusa que trajeron a Argentina, en la creencia de protegerlo de transformarse en lobizón, inaugurada con el hijo de la familia Brost-Holmann, que se adoptó por decreto en el tercer gobierno de Perón, extendiéndose años más tarde también a la séptima hija mujer y a otros credos. Persistió en el tiempo hasta la actualidad. También hay investigaciones que refieren que los guaraníes guardaban por estos lugares la misma creencia, según se revela en su mitología.


En Argentina 3.500.000 de sus pobladores descienden de alemanes principalmente volguenses, con una gran dispersión, según el último censo.

Su norte fue siempre la búsqueda de paz, sustento y mejor calidad de vida, con una profunda disposición al trabajo. Hoy conforman el entramado multicultural de estos territorios.

 

                                                             Marie.


Fuentes de investigación:

  • Los Abuelos Alemanes del Volga, Alberto, Sarramone, Editorial Biblos Azul, 1997.

  • Wikipedia.

  • Ruso en el habla de los alemanes del Volga en Argentina. Dinámica sociolingüística de los Alemanes del Volga en Argentina. Artículo de Investigación. Logos vol.29 N° 1, La Serena, junio de 2019.

  • Relatos familiares.



 


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