Hace tiempo, en Moquehue, aldea de montaña neuquina, vivió Bibi, mi amiga, una gran emprendedora gastronómica.
Descendiente de alemanes e italianos, alta, delgada, de larga cabellera, cocinaba “caserito”: crumbles de manzanas, budines de naranja, panes sin gluten, un humeante chocolate de la casa, de receta secreta, y una carta de tés nacionales e internacionales, genuina Filosofía del Té, desde la calidez de su salón.
Su emprendimiento destellaba una sutil sensibilidad: en cada mantel, tetera, taza, plato, colador, cubre set individual, iluminación, música, y las artesanías que exponía apoyando a otras emprendedoras de aquí y allá. El nombre del local se inspiró del sonar del viento: Hui Hui, en mapudungun, según ella relataba y en cierta epifanía que sólo conocíamos sus más cercanas amigas.
La conocí, en un principio, como turista. Ella estaba detrás de unas puertas vaivén, en la acogedora cocina, con la tradicional cocinilla a gas, una Instilar y una estufa a leña, y detalles que con su formación como decoradora y paisajista replicaba en su otrora hermoso y cuidado jardín.
Adelantó lo que representaría habitar aquí. Y relató aquel tremendo asalto a mano armada, que sufrieran ella y su marido, en su anterior casa en las afueras de Mar del Plata, por el cual comenzó a experimentar algunos traumas, vívidos resplandores del inconsciente. Entonces, viajaron conociendo la Patagonia argentina, y ella se enamoraría de este paraje, decidiendo radicarse aquí. Construir, como a la mayoría, no les resultó fácil, sorteando las prolongadas vedas que el clima impone.
Manifestaba una intuición y creatividad desarrolladas. Encendía encuentros en los cuales compartir festejos de cumpleaños, yoga, y meditar en grupos de mujeres.
Una hermana “elegida”. Me asistía cual ángel en cada viaje, con información del clima y el estado de rutas. Algo que aprendí, y que sigo haciendo con quienes lo necesiten.
Entre los turnos de mis trabajos en escuelas de la zona, se asomaba por el cerco de pinos exóticos que había entonces, para convidarme unos panqueques tibios dulcificando las tardes.
Turistas que fueron pasando o vecinos que no llegaron a conocerla en profundidad, se quedaron con la impresión de algún aire de circunspección en su atención. En esa danza que es la relación de pareja, en un sitio alejado de los servicios, con rigores climáticos, y tareas que se hacen conviviendo cada día y hora de la semana, factiblemente ocurrieran desencuentros. ¿Acaso la vulnerabilidad no es inherente a nuestra incierta humanidad?
La terminación anticipada de esta vida tuvo que ver, en parte, con algo que nos afecta a muchas: el amor propio. Ella había creado un emprendimiento que amaba. A su local llegaban clientes soñados y la comunidad contaba con un potencial. En su existencia hubo situaciones con las que no fue fácil lidiar.
¿Hasta dónde se es capaz de resignar sueños, proyectos por otro? ¿Qué patrones culturales disecan la vitalidad en mandatos y bailes ajenos? ¿Qué llaves no aparecen evidentes a la conciencia para abrir algunas jaulas? ¿Qué encerronas trágicas tornan la vida agridulce? ¿Cómo “aloja” el tejido social a cada singular habitante?
Esta mujer única, en el año 2019, atravesó el puente a un estado vibratorio distinto.
Marie
Comments